Formas menos evidentes de machismo en la pareja

Inequidad

Debido a las acciones feministas en los últimos años, muchas parejas han replanteado su forma de relacionarse, haciendo cambios importantes en cuestión de roles en el hogar y eliminando las formas más evidentes de violencia. No obstante, se mantienen ciertas maneras sutiles de inequidad. 

Esto ocurre no sólo en vínculos heterosexuales. Los roles tradicionalmente masculinos y femeninos también pueden reproducirse en relaciones homosexuales, ya sea en sus variantes más violentas o aquellas más sutiles, descritas en este artículo.

Personas en roles masculinos “equitativos” dejan de serlo cuando llegan cansadas del trabajo, mientras que aquellas en roles femeninos sí tienen que limpiar. Ciertos hombres celebran la igualdad mientras no les perjudique: exigen que el horario de trabajo de su pareja no se empalme con la hora en que debe preparar la cena. Opinan que otras actividades tienen menos prioridad que las tareas de madre o cuidadora de otros parientes. Como consecuencia, muchas mujeres de estos “hogares modernos” tienen una doble jornada laboral: la de casa y la de afuera. La carga se triplica cuando hay alguien a quien cuidar, ya sea hijas, hijos u otras personas convalecientes.

Quienes desempeñan exclusivamente el rol hogareño suelen sentir que su trabajo se da por hecho, como si fuera inherente a su naturaleza (y ni pensar en que amerita remuneración). Entonces el dinero que recibe la mujer de parte del hombre —o quienes desempeñen tales roles —se destina a solventar las necesidades de la familia, mientras que una parte se guarda en el bolsillo de quien provee, quien percibe merecerlo por su arduo trabajo.

Los hombres que dicen “Yo apoyo en el hogar” no se dan cuenta que siguen asumiendo que el quehacer es propio de las mujeres y que ellos ofrecen algo extra a lo que les corresponde.

También es frecuente encontrar que hombres que se asumen iguales a sus parejas se reúnen con otros en casa, dejando a las últimas la labor de preparar y servir los alimentos, las bebidas, etc. Mientras que misteriosamente no hay reuniones de mujeres en el hogar, o ellas también preparan y sirven cuando las hay.

La violencia entre este tipo de parejas que se asumen equitativas puede manifestarse en sus maneras pasivas, psicológicas y económicas. Los insultos son sustituidos por declaraciones que culpabilizan. Los gritos se convierten en ley del hielo, miradas secas, bromas hirientes o indiferencia. La forma de ejercer poder es a través de castigos presentados como consecuencias racionales, en lugar del cumplimiento de amenazas.

Bajo la justificación de que se protege a la mujer —o a quien se experimenta en ese rol—, se le desmotiva para desarrollarse interiormente y en el ámbito público. El ser considerada como una princesa es un halago, pero también una manera de cultivar la dependencia a nivel emocional y económico. Quien a la larga gana poder es quien detenta el rol masculino.

En demasiados hogares donde ya no se golpea el cuerpo de las mujeres, persisten los comentarios acerca de sus cuerpos, el acuerdo implícito de que el mejor reconocimiento es que son guapas, hermosas y dulces. El aspecto físico sigue siendo una medida de valor mayormente impuesto sobre ellas que sobre ellos. La maternidad sigue siendo vista como el logro más importante en la vida de una mujer.

La expresión emocional se mira como un vicio femenino. El «quejarse pero no aceptar mis sugerencias para cambiar las cosas» es un comentario que suelen hacer más los hombres. La ilusión de que ellos son los que entienden las cosas de manera más racional —y por lo tanto realista. La razón mata a la empatía.

En el sexo se da una mayor importancia al placer femenino, pero también se considera evidencia del buen desempeño masculino. Muchos casos de infidelidad se relacionan con la necesidad de reafirmar la masculinidad.

“Estoy de acuerdo con que los hombres y las mujeres sean iguales pero…” es una frase propia de hombres que se creen deconstruidos, pero que siguen defendiendo sus privilegios Ellos no soportan asumirse como machistas. Por supuesto que hay actitudes y conductas más violentas que otras, pero es importante entender que la verdadera equidad nace de la empatía. 

La violencia de género en la pareja no sólo consiste en golpes, insultos, humillaciones, escenas de celos o abuso sexual, también existen las formas menos reconocidas que listamos aquí. Cuando se presentan es necesario iniciar un proceso de introspección y análisis de la relación, individual o en pareja. En Amarse Bien. Transforma tu relación, te ayudamos a realizarlo.

 

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