Testimonio de Malu
60-60, 2020
¿Y ese título? Fácil, nací en 1960 y, por lo tanto, en el 2020 recién cumplí 60 años, edad de plenitud.
Aunque en realidad el inicio de mi plenitud se anticipó hace 4 años ya, pues comenzó con un proceso de finales de 2015, año en el que me encontraba devastada, mi autoestima por el suelo, pero con una chispa intermitente que me alentaba a caminar hacia adelante.
Decidí que debía aprovechar ese resquicio de ánimo esporádico y buscar ayuda. Estoy convencida de que Dios se había cansado de aconsejarme en ese sentido, sin embargo, estaba turbada mi mente.
Llegó el maravilloso día. Saliendo de un día de trabajo abrumador, camino a casa, el estómago se volteaba de un lado a otro, en verdad sentía que daba vueltas como pollo que se está rostizando. Las lágrimas no cesaban, apenas podía ver las calles que me conducirían a mi refugio, mi casa.
Arribando a mi destino, desfallecí de dolor… hasta que esa chispa se presentó nuevamente y decidí que era el momento de buscar esa ayuda.
Tomé las llaves de mi casa y salí a toda prisa, caminando, hacia un lugar que hacía tiempo quería visitar con el mismo propósito.
Me dijeron que una persona que ahí trabajaba, podría ayudarme; estaba en sesión, pero al desocuparse me atendería. Yo no paraba de llorar y decidí esperar. Mas,se acercaba la hora de ir a dar clase a la Universidad, no podía faltar. Dejé mis datos y un poco más relajada atendí mi obligación docente, la cual se interrumpió al recibir la llamada con la que inició el cambio de mi vida. Desde ese momento supe que había encontrado la ayuda que tanto necesitaba.
Y así fue…
Estoy hablando del mes de octubre de 2015, y ahora estoy en mayo de 2020; no obstante que hace tiempo “fui dada de alta”, el conocimiento adquirido lo aplico día a día, me “resguardo” y vivo a plenitud.
Fue un proceso en el que mi “angelita terrenal”, “Pepita grilla”, “ancla”, “faro” (así nombro a mi Psicóloga): puso todo su conocimiento en mi caso; mostró interés en todo lo que yo le platicaba o trataba de expresar, dado que las lágrimas generalmente me lo impedían; en cada sesión me recibió y despidió con amabilidad y cariño; nunca canceló nuestras citas. Por mi parte, estuve dispuesta en cada una de ellas; jamás falté; atendí sus guías de reflexión e inclusive, de ejercicios físicos.
Sin darme cuenta, fui avanzando… ya no tanta lágrima, el estómago en su lugar, las sesiones se fueron espaciando… hasta que logramos que mi corazón y mi mente estuvieran tranquilos, en paz. Aprendí lo que es el “resguardarme”.
Reitero, el proceso fue arduo, implicó esfuerzo de ambas partes, y finalmente obtuve la plenitud a la que aludí al inicio de este escrito; y ella, un logro profesional.
Estoy muy orgullosa de mí, por la meta alcanzada gracias a mi perseverancia y dedicación; y estoy y estaré eternamente agradecida con mi Psicóloga, quien no dudó en la aplicación de sus conocimientos, convirtiendo esa chispa de ánimo en una llama viva de felicidad en mi vida. Le otorgo mi reconocimiento, como una profesional en la materia que es.